
El amor en la familia es el nutriente de toda vertebra. Crecer, ser educados y formar parte de ese primer escenario favorecedor, rico en afectos, valores y seguridad constituye sin duda un impulso excepcional para la salud psicológica de toda persona. Una parte de lo que somos ahora se debe, en muchos casos, a esas primeras experiencias y lazos creados con nuestros progenitores.
Decía Salvador Minuchin, psiquiatra argentino y creador de la terapia familiar estructural, que, en toda cultura, la familia es la que imprime a sus miembros de una identidad propia. Ahora bien, lo hace de dos maneras contrapuestas: nos da sentido de pertenencia y, a su vez, el deseo de estar separado de ella. Aunque parezca contradictorio, tiene su valiosa explicación y enseñanza.
Todos formamos parte de un legado familiar, de ese pequeño núcleo social donde están nuestras raíces. A su vez, y sin importar que amemos mucho o poco a los nuestros, la finalidad de todo hijo es alejarse en algún momento de sus progenitores. Hacer vida propia y construir su propia realidad con otras personas es lo esperable, lo necesario y lo que, a fin de cuentas, define nuestro desarrollo humano.
El afecto es, en todos los casos, el hilo que vertebra las buenas relaciones. Sin embargo, no basta solo amar, hay que amar bien para que esa familia sea saludable y funcional.
El amor en la familia debe ser saludable y actuar, a su vez, como ese soporte desde el cual cada miembro halla seguridad para seguir creciendo, para tomar decisiones propias sabiéndose respetado.
Así, y como bien sabemos, hay amores que vetan, que coartan el buen desarrollo psicológico y emocional de cualquier niño. Hablamos, por ejemplo, de la hiperprotección, de ese afecto desmesurado que no deja ser, que domina y limita.
Es importante que todo núcleo familiar entienda que más allá lo económico, de unos recursos mejores o peores, está sin duda el aspecto emocional. No importa a qué colegio vaya un niño, cuántos juguetes o ropa tenga si no se atienden los siguientes aspectos:
- La comprensión. Nada es tan relevante como entender el punto de vista de cualquier miembro de la familia. Ser capaces de ponernos en la piel del otro es esencial para construir lazos afectivos saludables y sólidos.
- La aceptación. Esta segunda dimensión es otro nutriente básico. Sabernos queridos seamos como seamos y tomemos la decisión que tomemos, es algo que siempre necesitamos de los nuestros.
- Protección y cuidado. Hay algo que todos tenemos claro: amar es cuidar. Pocas cosas son tan reconfortantes como sentirnos siempre protegidos y cuidados por las personas que amamos y, a su vez, ser capaces de ofrecer lo mismo a quienes nos cuidan.
Para concluir, nada es tan importante como el amor en la familia, ese que arropa y que sabe dejar ir a la vez. Tener claro dónde están nuestras raíces, pero ser libres para crear la vida que deseemos, es un tendón psíquico de la felicidad.
Información recopilada del portal: https://lamenteesmaravillosa.com