Por Angélica Claudio Merced
Periodista independiente y estudiante
de Maestría en Comunicación (UPR en Río Piedras)
Alguna vez el fenecido escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez dijo que “el periodismo es el mejor oficio del mundo”. Y vaya que lo es. Es una profesión que nos da la oportunidad de compartir información y extraordinarias historias no solo para conocer lo que ocurre a diario en el mundo, sino para aprender a ver las cosas desde distintas perspectivas.
En la teoría y en la práctica al periodista se le entrena para informar, investigar y estar en constante búsqueda de la verdad. Pero si ese periodismo que se quiere ejercer no está acompañado de un compromiso ético con la profesión, de nada vale que el público lea, escuche o vea nuestro trabajo. Y cuando hablo de ética profesional, no me refiero únicamente a seguir normas o reglas como por ejemplo, no aceptar obsequios o beneficios a cambio de publicar una historia o reportaje; sino a esa responsabilidad moral y social que deben cumplir los medios, pero particularmente los periodistas que somos “la voz, los ojos y los oídos” de un pueblo.
La ética en el periodismo es tan vital como la respiración para un ser humano. Cuando a una persona le falta el oxígeno, los pulmones y el organismo dejan de funcionar, hasta causar la muerte. Esto muy bien podría aplicarse al periodismo. La ética vendría siendo como el aire o el oxígeno que permite al periodismo cumplir a cabalidad los principios de informar, educar y entretener. Transmitir la noticia de manera imparcial, con la presencia de todos los lados o ángulos posibles es parte del compromiso ético que debe tener todo periodista o reportero. Su labor consiste en presentar la información, para que el pueblo analice los datos y juzgue o tome las decisiones que entienda correctas para su beneficio.
Sin embargo, el ego y la ambición pueden llevar a un periodista a transitar por un camino donde la conducta ética y profesional pasa a un segundo plano, con tal de obtener reconocimientos y asensos laborales, entre otras atenciones. Y esto no debería representar un problema, si lo alcanzado es producto de un trabajo responsable y honesto. Pero si para lograrlo tiene que recurrir a mentir, a parcializarse con empresas, funcionarios públicos, políticos y gobernantes, a hacerle daño a otros (incluidos compañeros periodistas) y hasta querer ser el protagonista de las noticias que transmite, el periodismo pierde su norte o razón de ser.
En el periodismo, como en muchos campos de la comunicación, han existido casos de historias inventadas o copiadas de otros medios. Esto ha llevado a poner en tela de juicio la credibilidad, que representa la cualidad o característica más valiosa que puede tener un periodista. Casos tan recientes como el del ancla de noticias de la cadena NBC Brian Williams, quien mintió al asegurar que durante la cobertura de la guerra en Irak en 2003 viajó en un helicóptero que fue atacado por el enemigo (lo que luego fue negado por los propios soldados que fueron víctimas del atentado); y como el del exreportero del New York Times Jayson Blair, quien en el 2003 fue descubierto al publicar decenas de historias falsas, plagiadas o adulteradas, exponen ese comportamiento que se dan en los periodistas, guiada en muchas ocasiones por presiones laborales y en otras por la prisa por publicar o llegar al estrellato.
No es pretender que el periodismo que se realice sea perfecto, porque no lo es, sino que la información que se publica en cualquier medio de comunicación, además de ser creíble, se obtenga de manera honesta. Esto solo se consigue si se trabaja con la ética como un gran aliado profesional. No basta con tomar unos cuantos cursos de ética en la universidad o con leer los manuales o códigos de ética de las empresas y las asociaciones que agrupan a los periodistas, es necesario que el profesional de la información mantenga un profundo respeto por la labor que realiza y particularmente por el público que recibe el mensaje.
La ética periodística debe ser motivo para que tanto las Escuelas de Comunicación, como las empresas o medios periodísticos se comprometan a educar y a lanzar a la calle a buenos periodistas. Periodistas, que no solo sepan cubrir conferencias de prensas, situaciones de emergencias y realizar entrevistas, sino que además sepan producir valoraciones éticas a su propio desempeño, a tal punto que puedan determinar cuándo es conveniente decir no, antes que poner en riesgo la credibilidad o reputación del reportero y del medio para el cual trabaja.
Finalmente, considero que un periodista que falte a los principios éticos de su profesión, se falla a sí mismo y a las futuras generaciones que año tras año comienzan estudios en periodismo y comunicación, con el sueño de convertirse en grandes periodistas investigativos. Todos, y me incluyo, aspiramos a ser de esos periodistas que revelan secretos o denuncian hechos controversiales como en su momento dos periodistas del Washington Post hicieron con el escándalo del expresidente Richard Nixon y Watergate. Lograrlo, es posible si junto al olfato para conseguir exclusivas y grandes notas que publicar, nos dejamos guiar por nuestros valores éticos profesionales, que nos lleven a destacarnos no por el tamaño de la noticia, sino por la responsabilidad y honestidad con que se realice cada uno de nuestros trabajos periodísticos.